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5º Domingo de Pascua

Permanecer unidos al Señor, nutriéndonos de Su gracia, sostiene la Vida Nueva que estamos llamados a celebrar. Desde la experiencia pascual de los primeros cristianos, el testimonio de la Resurrección ha sido el fundamento de la fe. Este testimonio, convoca y fortalece el vínculo de los creyentes en torno a una raíz común. Progresivamente, la experiencia pascual va transformando a quienes se abren a ella –también nosotros-, y va creciendo en la medida en que la alimentamos.


La oración –cercanía con Dios-; las obras – el acercamiento al prójimo-; y la comunidad –los vínculos fraternos con quienes vivimos el amor y el servicio-, se vuelven pilares insustituibles que sostienen y animan nuestra progresiva conciencia y adhesión a la misión Jesús, la construcción del Reino de la que nos sentimos colaboradores.

No sólo porque caminamos con Él –o mejor, Él camina con nosotros-; ni porque, como en Emaús, le pidamos: “Quédate con nosotros”. Se trata más bien de que el mismo Jesús nos invita a permanecer en Él. Dispuestos a la poda, para quitar cuanto nos impida hacer fructificar la savia viva que nos conecta con Su Vida. Para que nuestra vida se configure con sus mismos sentimientos, unidos a Él por el amor, abiertos a los demás, sensibles a toda necesidad.


Unidos, superamos el ‘ensimismamiento’ de nuestro ‘propio amor, querer e interés’ (EE 189) que nos ciega y aísla. Podados –de nuestros apegos-, ofrecemos lo mejor del amor de Dios derramado en nuestros corazones.


Mariano Durand SJ

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