Comenzamos el Adviento. Siempre decimos, tiempo de preparación y espera. Pero ¿acaso no vino ya Jesús? ¿acaso no conocemos ya el final de la historia? ¿acaso no lo hemos recibido ya? ¿qué esperamos realmente? ¿volver a celebrar la Navidad? ¿o qué? Pienso que precisamente eso es el Adviento, un tiempo para volver a hacerme esta pregunta, ¿qué espero en mi vida? ¿qué busco, qué deseo? ¿qué enciende mi corazón?
El Evangelio nos da un ejemplo de qué se esperaba en los tiempos de las primeras comunidades cristianas. Simbólicamente, nos describe lo que se estaba viviendo. En medio de persecuciones, de amenazas y de grandes riesgos, se esperaba la liberación, la justicia. En la desesperación, esperaban que Dios no los abandonara.
Pero el Evangelio no habla sólo de qué esperar. Sino también de cómo esperar. Que aquél día no venga de improviso sobre ustedes. Esperan ser libres, vivan hoy según esa libertad. Que aquel día no los encuentre distraídos, perdidos en lo no importante, en lo que no llena, en lo que los oprime. Es que eso es la esperanza cristiana. Consiste en vivir hoy según aquello que esperamos. Vivir hoy enlazado a aquello que es importante. Vivir hoy con la alegría de que Dios viene a mi encuentro.
Por eso, estén en vela, estén atentos, estén vigilantes. Porque la salvación de Dios ya viene hoy a mi encuentro. O ya vino. No vaya a ser que venga y yo no la vea. Y pase de largo. Y que pierda aquello que busco. A veces damos tantas vueltas para terminar dándonos cuenta que no hacía falta alejarse tanto para encontrar lo que buscaba. Que aquello que espero y busco no está allá lejos sino aquí cerca, al lado mío, incluso dentro de mí.
Estemos atentos, que no se nos pase de largo todo lo que tenemos para agradecer. Estemos atentos, porque quizá no sabemos lo que buscamos. Estemos con los ojos abiertos, porque quizá Dios venga a superar mis expectativas.
Francisco Bettinelli SJ
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