Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo C (Juan 16, 12-15).
En la solemnidad de la Santísima Trinidad de este Ciclo C la Iglesia nos propone un pequeño fragmento del evangelio de Juan, de apenas cuatro versículos. Es, de nuevo, la promesa de Jesús sobre el envío del Espíritu, que en comunión con el Padre y con el Hijo “nos guiará hasta la verdad plena”.
Hay algo que, a primera vista, llama la atención en estos versículos: la cantidad de verbos que utiliza, y el que la mayoría de esos verbos están en futuro: “os guiará… no hablará por cuenta propia… os comunicará lo que está por venir… me glorificará… recibirá de lo mío y os lo anunciará…”. El tiempo de la vida humana es pasado, presente y futuro y, por tanto, también el tiempo de la Iglesia, como institución también humana que es, tiene pasado, presente y futuro. Esas dimensiones muchas veces viven en tensión tanto en la Iglesia institucional como en cada uno de nosotros. Por eso, y al hilo del evangelio de hoy, nos podemos preguntar por el modo evangélicamente adecuado de vivir cada una de esas dimensiones de nuestro tiempo.
¿Cómo vivir el pasado? Creo que el modo adecuado es vivirlo con agradecimiento y con sabiduría. Y el modo inadecuado es vivirlo con nostalgia y con sometimiento. Agradecimiento por todo lo que hemos recibido y con la sabiduría de aprender las lecciones que el pasado nos enseña. No con nostalgia, como fijación o absolutización del pasado, como si después de eso no hubiera nada mejor. Ni es siempre verdad que “cualquiera tiempo fue mejor”, ni el argumento de “siempre se ha hecho así” es el único argumento ni el más válido.
¿Y cómo vivir el presente? Con lucidez y discernimiento. Me gusta repetir que casi siempre nos resulta más fácil agradecer los dones del pasado que reconocer que nuestro presente es un don. Porque, con el tiempo las cosas menos agradables del pasado tienden a olvidarse mientras que las cosas duras del presente nos golpean con fuerza y tienden a ocultar las cosas más positivas. Es necesario, pues, que el Espíritu nos dé su luz para un discernimiento sereno que nos permita ver el don del presente y vivir aquello tan tópico, pero tan verdadero muchas veces, de que las dificultades son oportunidades y llamadas del Espíritu.
¿Y del futuro qué? Hay un punto de partida que nos ayuda a situarnos: el futuro es un futuro habitado por Dios. Dios ha llegado antes que nosotros y desde donde está nos llama. No sabemos qué, pero sí que sabemos Quién. Es más decisivo el quién que el qué. Esa convicción, fundamental en la fe que profesamos, se traduce en una actitud fundamental en la vida cristiana: la disponibilidad, “el disponed a toda vuestra voluntad” de la oración ignaciana. Disponibilidad que se sostiene en la certeza de que el amor y la gracia de Dios no fallan.
Darío Mollá SJ
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