El Evangelio de este segundo domingo de Adviento nos llama a: rellenar, aplanar, enderezar, allanar, nivelar… Parecería que, en este Adviento se nos invita a una audaz
“obra de ingeniería” sobre nuestras vidas. O más bien, a una artesanal tarea de albañilería para “preparar el camino” de nuestro corazón al Dios hecho niño que ya llega. Preparar el camino para que Dios llegue sin tropiezos ni pérdidas.
La narración del evangelio según san Lucas vuelve a comenzar. Se nos presentan años,
lugares y nombres de quienes gobernaban la tierra. Surge un espacio y un tiempo nuevo, en los cuales la novedad de Dios puede emerger sin miramientos.
Sin embargo, Dios no hablará a los poderosos de aquella lista sino a un hombre sencillo que se reconoce pequeño. En el desierto, Juan el Bautista recibe y se hace eco de la Palabra de Dios; él es la voz que nos señala la obra de albañilería que necesita nuestro corazón.
En el peregrinar de la vida, nuestros internos caminos se van tornando sinuosos y
desparejos, aparecen baches, levantamos barreras, cavamos zanjas y surgen lugares
pantanosos imposibles de atravesar. Los problemas, las dificultades, los enojos, el
agotamiento, las crisis y las heridas, muchas veces no nos dejan avanzar o impiden que el Amor crezca cada vez más en nosotros.
Ante esta realidad, el Adviento llega como un tiempo para “discernir que es lo mejor” para cada uno de nosotros. Mirar con atención nuestro hoy para nivelar aquello que está un poco desequilibrado, enderezar lo que se encuentra torcido, allanar y aplanar lo desparejo. La Buena Noticia es que no estamos solos en esta tarea, nuestro Padre Dios nos acompaña. Tal como nos dice Baruc: Dios se acuerda y camina con nosotros, nos acompaña y nos sostiene con su misericordia y su justicia.
Es tiempo de preparar el corazón para y con nuestro Dios que siempre viene, encaminando nuestros pasos bajo aquella voz que grita en nuestros desiertos.
Oscar Freites SJ
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