Domingo de Pentecostés – Ciclo C (Juan 20, 19-23)
El Don que nos envía Jesús Resucitado es el don del Espíritu. Un don que nos es dado en el bautismo y que, por tanto, nos es dado a todos los bautizados. La catequesis tradicional de la Iglesia habla de los “dones” del Espíritu Santo que son ayudas y capacidades que nos da el Espíritu para vivir una vida según Dios, una vida “espiritual”. En su formulación tradicional son los siguientes: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios, Capacidades “espirituales” que, como toda capacidad humana, van creciendo en la medida en que las cuidamos y las ponemos por obra.
El evangelio de hoy nos permite hablar de una capacidad que Jesús vincula expresamente al don del Espíritu: la capacidad de discernimiento. “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”: bajo la luz del espíritu los apóstoles han de discernir, han de distinguir, a quienes deben perdonar y a quienes no. Una misión bien delicada que Jesús les confía sin limitaciones. Esa capacidad de discernimiento se vincula a algunos de los dones que hemos mencionado anteriormente: la sabiduría, la inteligencia, la ciencia, el consejo…
Vale la pena, pues, en este domingo de Pentecostés, hacer algunas reflexiones a partir de este evangelio sobre un tema tan fundamental en la vida cristiana como es el tema del discernimiento.
La primera de esas reflexiones es que la capacidad de discernimiento espiritual (a él nos referimos) es un don que nos es concedido: “Recibid”. No es primariamente una habilidad o una técnica. Es un don que nos concede el Espíritu, y que, como don, hemos de pedir con fe. Y hemos de pedir saber acogerlo, cuidarlo y cultivarlo. En la medida en que lo hagamos será mayor nuestra capacidad de discernimiento y nuestra posibilidad de ayudar a otros mediante el discernimiento. Porque el discernimiento, como todo don o carisma del Espíritu, es concedido para la edificación de la Iglesia.
El discernimiento espiritual es un don para juzgar a la luz de Dios acontecimientos, situaciones personales, motivaciones, estados interiores… Es, pues, algo más que sabiduría o prudencia humana, aunque, obviamente, ambas pueden formar parte de todo proceso de discernimiento. Pero en él siempre hay un “más allá”: ese “más allá” que solemos definir con esa frase tan asociada al discernimiento espiritual que es “buscar la voluntad de Dios”. El discernimiento espiritual busca hallar el mensaje amoroso de Dios en medio de todas las coyunturas de la vida humana, propias o ajenas.
Y se discierne para tomar decisiones. Jesús lo plantea bien claro en el evangelio de hoy. En el lenguaje de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola se discierne para “elegir”, para “hacer elección” de aquello que más conduce a cumplir la voluntad de Dios. El discernimiento es un instrumento privilegiado para actuar y decidir con libertad: con esa libertad que, al margen de presiones exteriores y de pasiones interiores, nos ayuda a vivir como Hijos del Padre Dios.
Darío Mollá SJ
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