Domingo 21 del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 13, 22 – 30).
A la pregunta que “uno” le hace a Jesús sobre el número de los que se salvan, Él responde que “vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. Tampoco es fácil de comprender el evangelio de este domingo, formulado en un lenguaje y en unas imágenes alejadas, extrañas, a nuestro lenguaje y a nuestro imaginario. Pero si profundizamos encontraremos que ni la pregunta es tan ajena a muchas de las mentalidades actuales ni la respuesta de Jesús nos resulta indiferente.
¿Qué hay detrás de esa pregunta “¿son pocos los que se salvan?” ¿Qué mentalidad o punto de vista la provoca? La respuesta de Jesús nos da claves para interpretarla. Detrás de esa pregunta está la concepción de la salvación de Dios como privilegio o como premio para unos pocos, y que, además, esos pocos pertenecen a un determinado grupo étnico, religioso, cultural. Y Jesús les viene a decir: ni creáis que unos lo tienen tan seguro, ni penséis que la salvación está reservada sólo para ellos: “la puerta estrecha” y “los que vendrán de oriente y occidente”, “los primeros que serán últimos y los últimos que serán primeros” ¿Temas de antaño, sin relevancia ahora? Pues no: ni en lo colectivo ni en lo personal. Hagamos una reflexión al respecto.
¡Cuántas veces grupos de una determinada mentalidad, ideología o espiritualidad se creen superiores a los demás, los miran con prepotencia por encima del hombro, adjudican patentes de legitimidad y piensan que son solo ellos los auténticos depositarios de la verdad y de la salvación! También dentro de la Iglesia, por supuesto… Evidentemente cada uno de nosotros puede sentirse especialmente identificado con un carisma o espiritualidad, pero sin que eso conlleve creerse los únicos depositarios de la salvación ni de la verdad ni cualquier forma de desprecio a quienes tienen otra sensibilidad, otra experiencia, otra historia. Los caminos que conducen a Dios son múltiples y el criterio de lo que impide o permite entrar por la puerta de la salvación es, no una determinada pertenencia, sino “obrar la iniquidad” o la justicia.
También puede suceder algo de lo que denuncia el evangelio de hoy en el plano individual. Cuando yo me creo “bueno” el peligro es llegarme a creer el único bueno o, lo que es más sutil y peligroso, llegar a creer que mi bondad es la única forma posible de bondad. Que cuanto más los demás se me parezcan a mí, más buenos son… Recordemos las palabras de Jesús a aquel personaje que se le acercó presumiendo de bondad: “Nadie es bueno, sino solo Dios” (Lucas 18, 19). El Papa Francisco habla en una de sus exhortaciones apostólicas de “valorar al pobre en su bondad propia”. Porque no es ni puede ser la misma la bondad en personas con historias distintas, con vidas que no tienen nada que ver, en contextos familiares o sociales diversos.
Los llamados a sentarse en la mesa del reino de Dios son “de oriente y de occidente, del norte y del sur”.
Darío Mollá SJ
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