Hablar de feminismo en un ámbito eclesial no es fácil. Pero pienso que no sería difícil de escuchar para alguien como Jesús. Cuando empecé a darme cuenta de esto, cuando entendí por dentro que había una manera de ser fiel al Evangelio que implicaba también llevar adelante la lucha radical por la dignidad de la mujer, es que entendí que tenía sentido llevar adelante esta encrucijada que al principio viví como un propósito sin sitio.
Se que muchas compañeras, amigas feministas no pudieron llevar adelante esa incomodidad, que la sintieron como una contradicción difícil de sostener, sé que no conocieron o no tuvieron contacto con mujeres con la determinación, la formación y el espíritu de justicia como tuve la oportunidad de conocer yo, y que este tipo de cosas las llevó a abandonar espacios eclesiales.
En mi caso, algo me hizo persistir y no ceder frente a la incomodidad. Creo que una de las cosas que me sacó de la incomodidad fue conocer la diversidad de caminos que los cristianos recorren en la sociedad y en la Iglesia. Con los años entendí el valor que tiene la pluralidad en el cristianismo, un valor que debería ser mucho más defendido frente a tendencias que quieren hacer de lo religioso una herramienta disciplinante. Una tradición que tiene más de 2000 años debería mostrar más su riqueza y diversidad y permitir hacer sentir que cualquiera que haya tenido la oportunidad de conocer la historia de Jesús de Nazaret y que haya depositado en su testimonio una creencia, una esperanza, un ideal, puede tener lugar en el cristianismo. No hay una única forma de ser cristiano, si bien a veces parece que nos sería más cómodo que así.
De la Teología Feminista he aprendido que existía como una gran novedad (en una charla a la que me invitó una ex compañera de CVX en CEDIDOSC), aunque no supiera nada de ella, digamos que fue también uno de mis primeros acercamientos a la teología, como disciplina que podía ser entendida por una laica.
Este camino fue de abrirme y correr prejuicios por desconocimiento, sobre todo en lo que implicó abrirme a lo ecuménico, al mundo protestante, a mujeres que tenían mucho para enseñarme desde otro modo de ser creyentes, de ser Iglesia. En ese proceso destaco enormemente el haberme encontrado con Nancy Cardoso, teóloga eco feminista brasilera.
La persistencia también la tuve que ejercitar en los primeros encuentros celebrativos en torno al 8M, porque me sentía sola, dudando si era ese mi lugar, sabiendo que era algo que quería hacer pero también sacrificando mi presencia en otros espacios de militancia feminista en los que podía sentirme más rodeada; pero a veces las comunidades se van forjando con gente que persigue los mismos intereses, y es así que hoy puedo decir que el tiempo hace lo suyo y más gente se viene comprometiendo en torno a esta “movida” y he conocido a personas muy interesantes de las que me vengo nutriendo mucho con sus trayectorias, sus opciones de vida, y que se van constituyendo como referentes necesarios, buscados.
Creo también que la lucha por la dignidad de la mujer desde el Evangelio debe intentar siempre pararse del lado de las más pobres, de más que son vulneradas en formas muy específicas por el patriarcado y por el sistema económico, creo firmemente los creyentes en Jesucristo podemos acercarles una visión de la religión que no sea conservadora sino que sea profética, que ayude a liberar de las opresiones culturales que el sistema de género les asigna, que les devuelva su valor, que no las cosifique, que pelee por el rescate de su dignidad, contra todo mandato mercantilizador de su cuerpo, de su sexualidad. Creo qué hay mucho por hacer y siento pasión por este camino, que no va en contra de nadie, sino en radical favor de las humanas.
Y creo -como dice una de las consignas- que la exclusión de las mujeres de distintos ámbitos de la vida eclesial, debe cambiar, por fidelidad y seguimiento a Jesucristo.
María Márquez (Bartimea)
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