En nuestro caso, nuestra primera experiencia de ejercicios había sido de novios, previo a la entrada en CVX, y los dos teníamos memoria agradecida de lo que significaba este regalo. Por lo cual, ambos sentíamos que valía la pena hacer el esfuerzo de organizarnos como familia, en el cuidado de nuestros adultos mayores, para hacernos el espacio juntos.
Más allá de esta convicción y ganas, había que poder superar las dificultades y algunas dudas e inquietudes. En lo personal, a veces, surge cierta preocupación inicial sobre cómo lograr sostener los Ejercicios llegando de un período muy intenso, como si uno tuviera que venir preparado, armado para encontrarse con Dios. Esta experiencia nos volvió a demostrar que ÉL nos sostiene, nos moldea, nos rearma. No dejamos de sorprendernos cómo el Espíritu nos preparaba el camino para llegar, ÉL nos estaba esperando.
La primera invitación a “Desacelerar, suspender, habitar”, fue un desafío clave para encontrarnos y adentrarnos en la experiencia que Dios tenía preparada para nosotros. Como nos decían quiénes nos guiaban, teníamos que “pasarnos al asiento del acompañante”, dejar que el Espíritu nos conduzca, seguirlo y no querer adelantarnos.
Escuchar su iniciativa, dejarnos conducir, con una actitud de búsqueda y apertura constante, fue lo que poco a poco nos fue abriendo a vivir la experiencia como una gracia muy especial. Allí volvimos a sorprendernos y maravillarnos por su presencia. A veces pretendemos planificar y tener todo en orden para hacer ejercicios, cuando se trata de dejar que ÉL nos guíe y nos lleve. No esperar a que se de el momento ideal, dejar que suceda.
El grupo de adultos, Luisa, Rosina, Álvaro, Mauro y nosotros (Vicky y Pancho) tuvimos la bendición de ser acompañados por Yolo y Claudia, quienes nos brindaron una propuesta de ejercicios muy trabajada y sentida. La delicadeza, calidez y la sabiduría en la conducción fue otro gran regalo; permitió la personalización de los ejercicios. Nos supieron facilitar los ejercicios de un modo vivencial, permitiéndonos “habitar en distintas moradas de encuentro” con el Señor. Desde el chi kung matinal y los aportes de los puntos, a los espacios de encuentro personal y el compartir en el pequeño grupo de adultos los distintos modos y caminos en estos ejercicios.
Nos dieron ganas de conocer, saber y gustar más de Santa Teresa a través de los ricos y entusiastas aportes de Claudia y pudimos valorar y profundizar más en el conocimiento de nuestra espiritualidad ignaciana, con la enorme experiencia y sabiduría de Yolo.
Ver a tantos jóvenes que están haciendo sus primeras experiencias, como también la tuvimos nosotros hace tantos años, reconociendo lo importante que fue, es muy esperanzador. Nos conmueve su respeto por el silencio, la devoción en los ratos de oración y adoración y la algarabía cuando terminaron. El poder recorrer entre todos este camino, compartir las eucaristías diarias y celebraciones de inicio de la Semana Santa, la entrega generosa de todos quienes trabajaron para que esta experiencia se diera, sumó al clima comunitario de los ejercicios. Nos queda un corazón agradecido por todos. Confiamos en que esta experiencia nos siga acercando al Jesús resucitado y nos siga acompañando en nuestra vida cotidiana. Nos da esperanza de poder transmitir, en cierta medida, lo que es el regalo de vivir la fe y el acompañamiento de Dios en nuestra vida matrimonial y familiar.
Por lo pronto, nos regaló un muy lindo reencuentro y final de Semana Santa familiar todos juntos. Toda esta experiencia personal y compartida en comunidad, nos ayuda a dimensionar y valorar la importancia de contagiar e invitar a otros a que lo hagan.
Virginia Heguy y Francisco Armas (Hacho)
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